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El nacimiento de mi Nadia, un parto natural y lleno de energía.

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Hace ya varios meses que nació Nadia, mi segunda hija, y desde los primeros días de su nacimiento, he estado escribiendo sobre ese día tan lleno de emociones. Me había costado trabajo terminar este texto, pero finalmente lo hice, no quería que al paso del tiempo se me olvidara ningún detalle sobre esta experiencia tan mágica, la mejor que he tenido en toda mi vida, sin duda. 


No hablaré mucho del embarazo, quizá sólo mencionar que gracias a Dios todo fue muy tranquilo, con uno que otro achaque que en su momento me volvían loca y me sentía la más miserable, pero al pasar todo volvía a la normalidad e incluso se me olvidaba lo mal que me sentía. Tal vez Jack no piense lo mismo, a él le tocaban todas las quejas, pero como buen compañero de viaje, ayudó cuanto pudo y me apoyó tanto física como emocionalmente, consintiéndome, escuchándome cuando me sentía vulnerable, aguantando mis caprichos y berrinches, hasta quedándose dormido una que otra vez en el sillón de la sala cuando no me podía dormir y lo mandaba a otro lado.

Fotos tomadas desde mi celular.

Fotos tomadas desde mi celular.

Los meses anteriores al nacimiento de Nadia, mi hermana me había pedido estar presente al momento del parto, quería ser testigo de esa mágica experiencia que es ver nacer a un bebé. Recuerdo que al comentarle a Jack, lo primero que dijo fue “no creo que le vaya a parecer tan mágico como ella piensa”, pero mi hermana tenía otra perspectiva, para ella experimentar el milagro de la vida desde afuera era algo que la enriquecería y no quería perderse esa oportunidad. 

Llegando ya al final del embarazo me interesaba mucho leer sobre las experiencias de otras mujeres al momento del parto; sabía que la mía no sería igual, pero tal vez con eso mi mente se iría preparando para lo que viniera. Tenía miedo, mucho. Mi primer parto fue muy difícil, con contracciones fuertes que me duraron 3 días. Viajes al hospital en balde donde varias veces me regresaron porque aún no era tiempo y no estaba dilatada lo suficiente para admitirme. Estaba exhausta, pálida, con miedo. Mi único lugar feliz era sobre la pelota de yoga, ahí pasé la celebración de Navidad y los siguientes dos días. En el día del parto, el proceso duró 12 horas, desde las 6:00 am que finalmente se me rompió la fuente y me dieron luz verde para irme al hospital, hasta las 6:30 pm que nació mi Maia. Mi aliada fue la "bendita" epidural que me pusieron, podría decir que mi experiencia se divide entre “antes y después de ésta”: Antes, dolores insoportables, gritos, llanto. Después, el paraíso, sin dolor, por fin pude descansar. Fueron 2 horas de pujar antes de que finalmente naciera Maia, con ciertas complicaciones porque por más que intentaba, la pobre bebé no salía, incluso tuvieron que utilizar ventosa 2 veces para lograr que la cabeza saliera. Al final todo estuvo bien, mi Maia muy saludable y yo con un desgarre que se me complicó un poco, pero gracias a Dios sin llegar a mayores.

Con Nadia todo fue totalmente diferente. Ella, al igual que Maia, también decidió llegar exactamente el día que cumplí las 40 semanas.  2 días antes me tocó cita con mi doctora, ahí hablamos sobre opciones para acelerar el parto en caso de que rebasara mis 40 semanas. Yo no me sentía mal, las pocas contracciones que tenía eran una o dos al día y no estaba nada incómoda, lo único que sentía era mucha presión, como si la bebé estuviera empujando para poder salir. Aún así,  la opción de inducir el parto aún no era algo que yo quisiera. Finalmente acepté que me hiciera el desprendimiento de membrana, una técnica que se utiliza para acelerar el proceso de parto, el médico o comadrona intentará introducir un dedo en la abertura del cuello del útero y luego lo moverá suavemente pero con firmeza alrededor del cuello del útero. El propósito es desprender del cuello uterino las membranas del saco amniótico que rodea al bebé. Esto hace que se liberen unas hormonas llamadas prostaglandinas, que suelen desencadenar el parto”*. Fue doloroso, pero ya estaba ahí, ya quería conocer a Nadia, así que me aguanté y dejé que la doctora hiciera su trabajo. Al final, la doctora me mencionó que sentiría más contracciones y con más frecuencia. Tal cual me lo dijo, al poco rato empecé a sentirlas, fue ahí cuando entré en pánico y tuve un ataque de nervios. Ya lo sentía más real, Nadia ya venía en camino. 

Estando ya en casa, a punto de cenar con mi familia (mi mamá y hermana ya habían llegado de México), no aguanté más y me subí al baño a llorar. Tenía mucho miedo, sentía que volvería a pasar por lo mismo que pasé con Maia. Jack me encontró primero, sabía lo que estaba sintiendo y sólo me abrazó muy muy fuerte tratando de calmarme. Después llegó mi mamá, al igual que Jack, me abrazó y me dijo que no tuviera miedo, que yo era muy fuerte y que lo iba a hacer muy bien, que Dios me iba a ayudar para que todo saliera bien. Después de un rato me calmé y bajé a cenar. Durante la cena, mi hermana me dijo que dejara fluir todo, que permitiera a mi cuerpo hacer su trabajo y que no tratara de contener esa energía. Siempre tratamos de luchar contra la naturaleza, sea consciente o inconscientemente, pero es en esos momentos en donde más que nunca hay que dejar que, tanto nuestro cuerpo como el de nuestro bebé hagan su trabajo, cada célula sabe exactamente qué hacer, y nosotros sólo hay que dejar que todo suceda. 

El día pasó sin que empezara mi trabajo de parto, las contracciones no aumentaron y yo seguía sin sentirme mal.

Al otro día les dije a mi mamá y hermana que nos saliéramos a pasear, igual y era el último día que las podía llevar a donde quisieran, así que me arreglé muy linda y nos fuimos; algo me decía que ése sería el último día con Nadia en mi panza y quería disfrutar al máximo cada momento. 

Ese día nos fuimos de compras a varios lugares, cada vez que me cansaba, me sentaba un ratito y luego a seguir caminando lo más que podía, pues según sabemos, eso ayuda a acelerar las contracciones. Antes de irnos a la casa, todavía pasamos a comprar un helado ‘para el camino’. 

 Al poco rato de estar en casa, empecé a sentir las contracciones un poco más frecuentes, fue ahí cuando empezamos a contarlas, aunque no cambiaban de 8 a 15 minutos. Mientras, yo hacía yoga, sentadillas, desplantes y me ponía a bailar una que otra canción, no nada más para acelerar el proceso, sino porque de repente me sentí con muchísima energía, seguro los nervios, así aproveché para activarme un poco más. Jack bajó una app para contar las contracciones (Contraction Timer and Counter), al principio me burlé de él, ¡¿quién baja apps para esas cosas?!, después yo la bajé también, y debo decir, ¡fue una súper ayuda! Con sólo apretar el botón de “start” y “end” al principio y final de la contracción, la app va llevando un registro del tiempo que dura y a qué hora.  En la noche, ya cuando todos estaban dormidos, yo seguía contando las contracciones que aún duraban de 8 a 10 minutos. A la 1:30 am me ganó el sueño  y me quedé dormida. De repente me despierta un dolor fuertísimo, mis gritos y quejidos despertaron a Jack, quien me preguntó si llamaba a la doctora para irnos al hospital. 4 minutos después tuve otra contracción muy muy fuerte, la doctora le dijo a Jack que ya nos fuéramos, porque aunque yo todavía podía hablar y caminar, este era mi segundo parto y todo iba a ser mas rápido. 

En lo que Jack y mi hermana se preparaban, mi mamá me ayudaba a guardar las últimas cosas que necesitaba, las dos muy tranquilas (o al menos eso parecía), y a las 2:35 am salimos rumbo al hospital, yo todavía en mis 5 sentidos, tal vez no completamente, pero sí más tranquila que en mi primer parto. 

Llegando al hospital yo todavía podía caminar, en cada contracción el dolor me doblaba, pero aún aguantaba, estaba más consiente de lo que estaba pasando y trataba de vivir esos momentos en una forma más presente, sentir cada contracción y saber que la podía controlar. Cuando me revisaron, ya tenía 5 cm de dilatación, así que  rápidamente me llevaron a la sala de parto, caminando porque no aguantaba estar sentada por la presión tan fuerte que sentía. 

En la sala de parto ya no me pude acostar, preferí estar parada, recargada en la cama, para que en cada contracción me pudiera sostener y doblar las rodillas, poco a poco mientras respiraba esperando que pasara. 

Lo primero que pedí fue que me pusieran el epidural, estaba decidida a no tener a esta bebe sin anestesia, pero no me la podían poner sin antes hacerme estudios de sangre, me dijeron que necesitaban esperar los resultados para poder ponérmela. Mientras llegaban los resultados y mi doctora que venía en camino, las contracciones se hacían más y más frecuentes, yo seguía doblándome en el piso, cada vez más, hasta que terminé hincada sin poderme mover del dolor. Me acuerdo de los gritos que pegaba mientras la enfermera se partía en 2 tratando de hacer todo el papeleo y asegurándose que yo estuviera bien. 

De repente el dolor pasó a segundo plano, la presión que sentía fue más intensa, con una necesidad incontrolable de pujar, pero al mismo tiempo tratando de no hacerlo porque según yo, no era momento todavía.

Cuando llegó el médico internista a checarme de nuevo, yo prácticamente en el suelo en posición de Niño de yoga –y él agachado ahí conmigo-, tantito se asomó y ya se veía la cabeza de la bebé. Fue en ese momento que me dijeron que ya no había de otra que subirme a la cama para dar a luz, así, sin epidural, totalmente al natural. Lo único que les dije cuando me avisaron que no me podían anestesiar fue “por favor, ¡no me digan eso!”, pero mi mente ya estaba llena de tantas cosas, tantas emociones, que no tuve de otra que dejar ese miedo a un lado.  A duras penas me pude subir a la cama, la presión que sentía era cada vez más fuerte, y mi mente aterrada estaba haciendo el proceso más difícil. En ese momento volteé a ver a mi hermana, según dice, con una cara que jamás me había visto, y lo único que me dijo fue “déjalo fluir”. Así lo hice, ya no tenía otra opción. Tenía que relajarme y soltar. Al cabo de 2 pujidos, Nadia estaba afuera. Sin complicaciones, casi limpia, totalmente sana. 

Apenas salió, me la dieron para hacer contacto piel con piel y amamantarla. Yo lo único que pensaba era “¡lo hice!, di a luz a una bebe sin anestesia! Y no fue tan doloroso como yo pensaba”. De verdad que el cuerpo humano es sabio. Mi doctora llegó minutos después, ya cuando yo tenía a Nadia en mis brazos, sólo para felicitarme y revisar que todo estuviera bien. Me cuenta mi hermana, porque yo estaba enfocada en otra cosa, que durante el parto entraban enfermeras, instrumentistas y especialistas, todos para asegurarse que todo saliera bien y estar listos por si algo se complicaba. Gracias a Dios no fue necesaria su ayuda, todo fluyó tan perfecto, que hasta ellos mismos bromeaban diciendo que ojalá todos los partos fueran así de fácil. 

Durante ese tiempo había estado viendo una serie sobre parteras en los años 50’s. Se me hacía impresionante cómo las mujeres daban a luz en sus casas, sin anestesia, donde la mayoría de las historias se veían difícil de creer. Bueno, pues durante los 2 minutos que yo estaba en la cama, tratando de contener las ganas de pujar porque según yo, mi bebe todavía no iba a nacer, me acordé de esas historias de la serie, de cómo la partera les decía que pujara, y cómo salía el bebé tan fácilmente. Así lo hice, ahora yo era una de esas mujeres soltando y dejando trabajar a mi cuerpo para que mi Nadia saliera de forma natural, como Dios y el Universo tenían planeado.

Jack y mi hermana estuvieron ahí todo el tiempo, siempre a mi lado para agarrarme de la mano, sobar mi espalda, y para decirme las palabras correctas para ayudarme a sacar fuerzas y valentía para dar a luz a nuestra bebé tan hermosa.

Apenas me pasaron a mi cuarto, hicimos video llamada con mi mamá, que estaba en casa preparando a Maia para irse a la escuela. Aún recuerdo la carita de Maia al ver a su hermana, tan feliz y conmovida. Esa misma tarde Jack fue por ella y mi mamá para llevarlas al hospital y que pudieran conocer formalmente a la nueva integrante de los Borden. 

También tuvimos la visita de los abuelos paternos, manejando 4 horas desde Delaware para conocer a la segunda nieta. Fue una bendición tenerlos juntos a todos, disfrutando los primeros momentos de Nadia en la tierra, felicitándose unos a otros en sus propios idiomas y compartiendo ese amor que seguramente todos los abuelos tienen por sus nietos. 

Gracias a Dios el nacimiento de Nadia fue algo mágico, tan lleno de emociones y sentimientos, algo tan orgánico que nos dio la oportunidad de disfrutar este milagro de la vida, tal como mi hermana lo había imaginado. Totalmente diferente a mi primer experiencia, mucho menos estresante y doloroso, una experiencia que nunca se nos olvidará.  

 

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